jueves, 29 de enero de 2015

Noam Chomsky habla sobre América Latina y los movimientos indígenas

E.UU. en el “Patio trasero”. Noam Chomsky y el mapa de la injerencia. Entrevista a Noam Chomsky. Filosofía y compromiso
“Deportamos a las víctimas de nuestros propios crímenes”

“Deportamos a las víctimas de nuestros propios crímenes”

Un revolucionario. Las teorías de este lingüista, filósofo y activista norteamericano que se define como anarquista son referentes desde hace medio siglo en varios campos, pero sobre todo en los del lenguaje y la crítica de la política exterior estadounidense. Sus críticas al sistema capitalista y al sistema de manipulación de masas son implacables. En 
esta entrevista se enfoca en la política estadounidense y América latina, 
el legado de violencia de las guerras civiles en Centroamérica, el juicio por genocidio en Guatemala y los movimientos de resistencia popular que están cambiando el balance de poder en toda la región.
Las teorías de Noam Chomsky han revolucionado el campo de la lingüística, un marco científico que ha empleado para desarrollar sus teorías acerca de la propaganda y la manipulación de las masas a través 
de los medios de comunicación. Su abierta oposición a la Guerra de Vietnam en 1967 marcó el comienzo de su larga trayectoria de activismo político y, durante la década de los ’80, se opuso con dureza a las intervenciones estadounidenses en Centroamérica a favor de las dictaduras militares.


En su oficina, Noam Chomsky, sobre una de las bibliotecas, tiene una foto de monseñor Romero, el obispo salvadoreño que fue asesinado por las fuerzas contrainsurgentes en 1980, con la siguiente cita: “Educar es crear un espíritu crítico y no sólo transmitir conocimientos”, y un mensaje de Crispaz, una organización religiosa salvadoreña, que le agradece al intelectual anarquista por su apoyo al movimiento salvadoreño a favor de las víctimas de la guerra civil en ese país.
–¿Usted cree que ha cambiado la política estadounidense hacia América latina desde que escribió La Intervención de los Estados Unidos en Centroamérica y la lucha por la Paz, en 1985?
–Sí, pero se debe a la creciente independencia de América latina –principalmente Suramérica, porque Centroamérica tiene un menor grado de independencia debido a su debilidad y a su proximidad con Estados Unidos–, lo cual ha sido un fenómeno bastante notable. Durante la Cumbre de las Américas (de 2012), Estados Unidos y Canadá adoptaron posturas diferentes a las que manifestaron todos los demás países del hemisferio sobre una serie de temas contenciosos. Uno era Cuba y el otro era la despenalización de la droga. Eso no hubiera ocurrido hace unos años. Además, Estados Unidos no es capaz de intervenir directamente como lo hacía antes. En el pasado, Estados Unidos reprimió prácticamente cualquier intento de independizarse, generar justicia social y establecer gobiernos democráticos. En la actualidad, Estados Unidos tiene menos capacidad, menos necesidad de intervenir, y la región se ha vuelto más independiente.

–En Guatemala, Estados Unidos apoyó significativamente el juicio por genocidio del ex dictador guatemalteco Efraín Ríos Montt…
–Creo que decir “apoyó significativamente” sería una exageración…
–La embajada estadounidense en Guatemala expresó un interés en que el juicio avanzara…
–Querían una conclusión rápida que no implicara a Estados ni a sus aliados. Después de todo, Ríos Montt no actuó de manera aislada. Estaba recibiendo apoyo de la administración Reagan y cuando el Congreso impidió que Reagan siguiera participando directamente en la violencia genocida, Reagan mandó a llamar a su ejército terrorista internacional, Israel, para que entrenara a los militares guatemaltecos y les proporcionara armas, básicamente para que cumpliera el mismo papel que había tenido Estados Unidos.
–¿Cuáles fueron los verdaderos motivos detrás del apoyo estadounidense al juicio de Ríos Montt? ¿El temor de tener un estado fallido en su patio trasero?
–Sin duda, había personas en la embajada estadounidense interesadas en apoyar el juicio pero en lo que respecta a la política exterior estadounidense, me parece que el juicio fue tolerado con tal de que no tocaran a Estados Unidos y a sus aliados; eso era sumamente importante. Estados Unidos no se opone a que estos crímenes sean juzgados en tribunales nacionales con tal de que no salga a colación la dimensión internacional del conflicto. Sucede en todas partes. Sucedió en el caso de Saddam Hussein, por ejemplo. Fue juzgado y sentenciado a muerte por crímenes de guerra cometidos en 1982 que de hecho fueron los menos graves que cometió. El año siguiente se produjeron crímenes mucho peores, como la masacre de Halabja y los ataques contra los kurdos, pero esos crímenes nunca se mencionaron porque fueron cometidos con el apoyo  de los Estados Unidos. Ese fue el año en que Irak fue eliminado de la lista de países considerados como terroristas para que Estados Unidos pudiera seguir proporcionándole ayuda.
–¿Debería Estados Unidos considerar la crisis de los niños migrantes no acompañados, en la frontera sur, como una consecuencia de sus políticas intervencionistas en la región y su resultado, exacerbar la violencia y la pobreza en los países del Istmo?
–La mayoría de los niños proviene de Honduras. Eso no es coincidencia. La situación de Honduras ya era bastante mala pero después del golpe (contra Manuel Zelaya, en 2009) se convirtió en una historia de horror. Los niños están llegando como resultado de una situación doméstica espantosa, que Estados Unidos contribuyó a crear. Aquí, en las cercanías de Boston, existe una comunidad maya considerablemente grande que incluye a muchas personas que huyeron. Estos jóvenes no saben que están huyendo del resultado de las atrocidades cometidas en los años ’80 con el fuerte respaldo de los Estados Unidos. Estamos deportando en la frontera a las víctimas de nuestros propios crímenes.
–Por una parte, Estados Unidos apoya a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig). Por otra, un estudio publicado por el Wilson Center en 2013 señala que la mayoría de las armas de fuego utilizadas por grupos criminales en Centroamérica provienen de Estados Unidos. ¿No resulta contradictoria una cosa y la otra?
–No veo ninguna contradicción. Estados Unidos no tiene ningún problema con perseguir a criminales que compran sus armas de fuego en ventas legales en Arizona y Texas. Pasan por alto el papel que juega Estados Unidos en el tema.
–El FMLN se reeligió en El Salvador y Salvador Sánchez Cerén se ha convertido en el primer ex combatiente guerrillero en llegar al poder en El Salvador. Los sandinistas siguen gobernando en Nicaragua y Costa Rica recientemente eligió a Guillermo Solís, un presidente de centro-izquierda. Mientras tanto, Guatemala está siendo gobernada por un militar retirado de corte conservador y Honduras también tiene un gobierno de derecha. ¿Guatemala y Honduras permanecen como bastiones del conservadurismo militar?
–Creo que es más complejo que eso. Mire el caso de Costa Rica. Es el único país de Centroamérica donde Estados Unidos no ha intervenido de manera directa, y es el único país de la región que funciona. Por otra parte, los países más pobres de la región son aquellos donde Estados Unidos ha intervenido, como Haití, Guatemala y Nicaragua. ¿Eso no le sugiere algo?
–¿Podemos hablar de democracia en Centroamérica cuando existen disparidades socioeconómicas tan grandes en la región?
–¿Podemos hablar de democracia en los Estados Unidos cuando tenemos tanta desigualdad? La pregunta que hay que plantearse es: “¿Hasta qué punto el nivel socioeconómico de las personas incide en la formulación de políticas públicas? Un 70% de la población no tiene incidencia alguna en la formulación de políticas públicas porque sus representantes electos no les ponen atención. Uno adquiere más influencia en la medida en que avanza en la escala social. Mientras más desigualdad existe, menos democrático se vuelve el sistema. Estados Unidos es básicamente una plutocracia con una especie de democracia formal. Y esto se vuelve todavía peor en países más débiles.
–Usted mencionó que durante la Cumbre de Cartagena se evidenció una ruptura entre Estados Unidos y Canadá y el resto sobre la despenalización de las drogas. ¿Cree que la despenalización reduciría los niveles de violencia en Centroamérica?
–Sin duda. Esto no quiere decir que sea necesario legalizar la droga, únicamente despenalizarla. Lo que la mayoría de los países de las Américas –incluyendo Guatemala– favorecen es una reducción de la criminalización. La llamada guerra contra la droga no tiene prácticamente nada que ver con las drogas. Cuando las mismas políticas se implementan durante décadas sin que tengan un impacto sobre el objetivo planteado, hay que preguntarse: “¿Es el objetivo que se plantea públicamente, el verdadero objetivo?”. Probablemente no. El problema de la droga se encuentra en Estados Unidos. De aquí proviene casi toda la demanda. La guerra contra la droga es bastante racista. Está diseñada para criminalizar a un alto porcentaje de la población afroamericana, en su mayoría masculina, y en cierta medida a los hispanos. Esto es racismo puro y se remonta a los últimos 500 años de historia americana. Y en América latina, la víctima es la población en general.
–Hablando del impacto de la guerra contra la droga. ¿Por qué Estados Unidos ha mostrado indiferencia ante la crisis que atraviesa México a raíz de la masacre de los 43 normalistas de Ayotzinapa, a manos de un cartel de droga vinculado a actores estatales?
–Es una historia verdaderamente horrible. No fue únicamente la masacre de los 43 estudiantes, sino las revelaciones que salieron a luz relacionadas con la existencia de fosas clandestinas y la brutalidad de la policía federal, cuyos vínculos con los carteles de droga han sido ampliamente documentados. Pero México es un aliado. Es un gobierno neoliberal apoyado por Estados Unidos y Estados Unidos no quiere decir nada que lo implique en sus crímenes.
–La sociedad civil mexicana ha reaccionado con indignación ante la masacre de Ayotzinapa y usted afirmaba que los países de América latina están desafiando la hegemonía estadounidense. ¿En qué medida esa resistencia ha sido liderada por los movimientos indígenas? ¿Es posible que esos movimientos puedan convertirse en una fuerza de cambio?
–Lo que ha ocurrido en América latina durante los últimos 15 años tiene un gran significado histórico e indica claramente que los movimientos populares pueden hacer una diferencia. Por primera vez en 500 años, desde el momento en que llegaron los Conquistadores, América latina ha comenzado a liberarse del control imperialista. Los movimientos campesinos son actores significativos y los países con grandes poblaciones indígenas, como Bolivia y Ecuador, han hecho cosas bastante interesantes y están asumiendo el liderazgo a nivel global con relación al problema más apremiante que existe al día de hoy: la crisis ambiental.

–Los movimientos indígenas se han opuesto fuertemente a los tratados de libre comercio y este año, en Guatemala. ¿Qué resultado han tenido los tratados de libre comercio en América latina?
–Estos no son tratados de libre comercio, son una mezcla de liberalismo y proteccionismo. Son acuerdos para proteger los derechos del inversionista a costa de la población. El hecho de que cuando (Bill) Clinton comenzó a introducir con fuerza el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan) también comenzara a militarizar la frontera no es coincidencia. No se necesitaba ser un genio para darse cuenta de que los campesinos mexicanos no iban a poder competir con agroindustrias subsidiadas por Estados Unidos, y que las empresas mexicanas no iban a poder competir con las multinacionales estadounidenses y era muy probable que esto ocasionara un fuerte éxodo.

El pasado resiste
En el caso de Honduras, un hecho significativo sucedió en 2009, cuando el presidente Manuel Zelaya fue derrocado por un golpe de Estado que lo expulsó del país, con la participación de la Suprema Corte de Justicia, tomando su lugar Roberto Micheletti, uno de los instigadores del golpe. Por la restitución de Zelaya al gobierno, y que las acusaciones que se esgrimían como argumento tuvieran andadura verdaderamente legal, se pronunciaron la mayoría de los Estados latinoamericanos, como también lo hicieron las Naciones Unidas y la Organización de los Estados Americanos (OEA). El presidente de la Asamblea General de la ONU, el nicaragüense Miguel d’Escoto, declaró en ese momento que Estados Unidos estaba detrás del golpe, sospecha compartida en todo el hemisferio sur.
Como antecedente cabe recordar que, durante los años ’80, las dictaduras apoyadas por la Casa Blanca en Latinoamérica proveyeron militares y policías expertos en represión ilegal y torturas que entrenaron personal en Honduras y participaron activamente en la represión. En Miradas al Sur del 11 de enero de este año se pudo leer la entrevista “Durmiendo con un genocida”, donde se detallan las andanzas de Roberto Gordillo, militar integrado a Batallón 601 de Inteligencia, de Argentina, y sus viajes, con otras identidades, para entrenar interrogadores en Honduras.
En el caso de Guatemala nada es distinto. El denominado “Grupo de Tareas Exterior” del 601 de Inteligencia fue enviado, en los años ’80, y a pedido de la administración de Ronald Reagan, como señala Noam Chomsky, para colaborar con el ejercicio represivo del régimen de Guatemala, tanto como para asesorar a Honduras y El Salvador. La aguda diferencia de ingresos entre el sector social que controla el poder en Guatemala y Honduras, ha producido un demencial éxodo hacia Estados Unidos, cruzando de sur a norte el territorio de México, con resultados de muertes y, en el más leve de los casos, expulsiones de quienes lograron entrar. En los primeros días de 2015, y según cifras que pueden no ser completas, Estados Unidos expulsó 281 guatemaltecos, entre menores y adultos. Las cifras correspondientes al período octubre de 2013/septiembre 2014, señalan que fueron 68.541 los menores expulsados. Del millón y medio de originarios de Guatemala que viven en el extranjero, 1,3 millones vive en Estados Unidos, en la mayor parte sin documentación que legalice su residencia.

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